Bien, ¿por dónde empezar? Éramos 45 personas preparadas para despedir la vida de soltera de nuestra contable en la empresa, y me encargaron organizar el evento. Encontré el restaurante rápidamente, por un precio para alquilar por toda la tarde bastante adecuado. Al cabo de una semana resulta que no puede ser, un socio del restaurante había encargado un banquete de 100 comensales para un evento relacionado con unos negocios propios. ¿Por qué no me lo dijeron antes? Vale, mantengamos la calma, aún hay tiempo. Busco otro restaurante, un tercero, uno de los restaurantes incluso me dio hasta tres precios diferentes en 3 ocasiones separadas que les llamé. Al final alquilamos la segunda planta de un restaurante, pagamos un porcentaje por la reserva, por fin suspiro tranquila. Pero la pesadilla no había siquiera empezado. Aún faltaba encontrar un monologuista, una cantante para que cantase dos o tres canciones en homenaje a la novia, y queríamos gastarle una broma con un miniboy. El miniboy lo encontré pronto por internet, la cantante, gracias a Dios, tenía una amiga antigua y no me costó mucho persuadirla, el monologuista estuve buscándolo una semana: los dos primeros que llamé, ocupados, el tercero, en el hospital, el cuarto hablaba como si tuviese un calcetín en la boca, el sexto, un impresentable... en general me esperaba más. ¡Pero no podía quedarme sin nadie! Deben de tener un talento único, porque tenían el calendario lleno de eventos, y no paraban de trabajar. Vale, bajaré el listón de exigencias. No quedé con ninguno de forma concreta, pero creí en su palabra de que harían un hueco a una hora concreta según hablamos por teléfono.
Y así llegó el día "X", no dormí en toda la noche, por las pesadillas del preludio del fracaso. Llegué antes al restaurante y me tranquilicé: las mesas estaban casi preparadas. El estado de ánimo mejoró, pero por poco tiempo. A la hora señalada, ni monologuista, ni miniboy, ni mi amiga cantante, ¡ni nadie! Como una conspiración contra mí. Llamé a todos por teléfono y todos estaban en "atascos de tráfico" (¡¡¡¿es que vienen en el mismo coche?!!!). Al cabo de 30 minutos llegan. Empiezo a correr con equipos de música, y todos me miran con cara de pocos amigos. Me piden una habitación para cambiarse de ropa. En la segunda planta hay cocina, pero está cerrada, y en la primera no dejan cambiarse. ¿Cómo no pensé en esto antes? El feroz altercado se resolvió con una pantalla de tela al final del pasillo. La cantante fue a cambiarse al servicio. Luego empezó el "2nd Round": la pelea por quién empieza primero. Todos tienen que marcharse rápidamente a otra despedida de soltera. Convencí a mi antigua amiga para que esperase ella, y empezamos la penosa celebración. La parte cómica al principio, y las canciones románticas en homenaje a la novia al final, ¡todo de culo!
Esta bacanal de disparates duró casi 2 horas. La gente estaba cansada de esperar, y bebieron más de la cuenta para vencer el aburrimiento. La atención de los invitados se había dispersado y nadie hacía caso a ningún espectáculo. Y yo desgraciada pensaba: "¡A la porra toda esta despedida con grandes ideas y espectáculos!". ¡Mi salud mental es más importante!. ¡Nunca jamás volveré a organizar la despedida de soltera de ninguna amiga o compañera! Además del montón de dinero que puede llegar a valer todo... ni hablar.
Por eso os aconsejo a todos, reservad en un restaurante que ya incluya animación y espectáculo de humor, informaros sobre empresas organizadoras de despedidas de soltera, llamadlos y ¡adelante! (que se encarguen ellos de todo).
Firmado: La pobre Laura.
Y así llegó el día "X", no dormí en toda la noche, por las pesadillas del preludio del fracaso. Llegué antes al restaurante y me tranquilicé: las mesas estaban casi preparadas. El estado de ánimo mejoró, pero por poco tiempo. A la hora señalada, ni monologuista, ni miniboy, ni mi amiga cantante, ¡ni nadie! Como una conspiración contra mí. Llamé a todos por teléfono y todos estaban en "atascos de tráfico" (¡¡¡¿es que vienen en el mismo coche?!!!). Al cabo de 30 minutos llegan. Empiezo a correr con equipos de música, y todos me miran con cara de pocos amigos. Me piden una habitación para cambiarse de ropa. En la segunda planta hay cocina, pero está cerrada, y en la primera no dejan cambiarse. ¿Cómo no pensé en esto antes? El feroz altercado se resolvió con una pantalla de tela al final del pasillo. La cantante fue a cambiarse al servicio. Luego empezó el "2nd Round": la pelea por quién empieza primero. Todos tienen que marcharse rápidamente a otra despedida de soltera. Convencí a mi antigua amiga para que esperase ella, y empezamos la penosa celebración. La parte cómica al principio, y las canciones románticas en homenaje a la novia al final, ¡todo de culo!
Esta bacanal de disparates duró casi 2 horas. La gente estaba cansada de esperar, y bebieron más de la cuenta para vencer el aburrimiento. La atención de los invitados se había dispersado y nadie hacía caso a ningún espectáculo. Y yo desgraciada pensaba: "¡A la porra toda esta despedida con grandes ideas y espectáculos!". ¡Mi salud mental es más importante!. ¡Nunca jamás volveré a organizar la despedida de soltera de ninguna amiga o compañera! Además del montón de dinero que puede llegar a valer todo... ni hablar.
Por eso os aconsejo a todos, reservad en un restaurante que ya incluya animación y espectáculo de humor, informaros sobre empresas organizadoras de despedidas de soltera, llamadlos y ¡adelante! (que se encarguen ellos de todo).
Firmado: La pobre Laura.